¿Por qué peleamos tanto?
¿Por qué las películas tienden a apoyarse en el conflicto?
¿Existen modos menos dramáticos de relacionarnos?
Las narrativas audiovisuales tienden a organizarse en base al antagonismo para que el espectador tome partido. Los buenos siempre somos nosotros y los malos siempre son los otros. Esta tendencia al drama, ¿sólo tiene lugar en la ficción? Observar los modos en que somos hechizadxs por ese mecanismo estético de identificación y antagonismo es liberador. Reconocer lo adictivo del drama es importante. Encontrarnos con propuestas cinematográficas que proponen complejizar el surco arquetípico del antagonismo es renovador.
En este espacio de encuentro nos proponemos investigar mecanismos estéticos a la vez que indagar en nuestros patrones reactivos. Es un taller de cine a la vez que un contexto de indagación personal y vincular. La propuesta es no sólo descubrir las operaciones poéticas de las películas sino investigarnos como espectadores y seres humanos. La invitación es a descubrir patrones de antagonismo e identificación (drama) no sólo en el cine sino también en nuestras vidas.
Así en el cine como en la vida, el drama se revela como una coreografía de formas insistentes. La telenovela. Una manera de mirar, de contener la respiración, de dar la espalda, de salir con un portazo. El cine nos sirve como espejo a la vez que como contexto de contención para la exploración de posibilidades nuevas. Desajustar los mecanismos del antagonismo implica enfrentarnos al aburrimiento, a lo desconocido, al misterio.
La propuesta pide un nivel de disponibilidad importante, porque no vamos a sólo hablar de películas como si fueran objetos externos sobre los que opinar sin involucrarnos. La intención es que la conversación sobre arte se combine con la indagación sensible de nuestros procesos corporales, somáticos, mentales y emocionales, en tanto espectadores de obras que nos afectan y reflejan. No es un espacio de debate puramente mental; para que la conversación baje al cuerpo, tenemos que dar lugar al silencio y la respiración.
Primer módulo:
6 encuentros
1 vez por semana – Virtual
Para cada encuentro, vemos una película
(Se pasan links de visualización o descarga)
Horario a confirmar
Precio sugerido (se puede elegir uno de los 3):
Argentina: $25.000 / $33.000 / $40.000
Otros países: U$60 / U$80 / U$100
Si el tema dinero es una traba, hablemos!!!
Participar de este taller incluye acceso gratuito al curso grabado “Identificación, antagonismo y heroísmo (cine y filosofía)”, que consta de la masterclass “El problema de la identificación en el cine y en la vida” (en audio, 6hs) y 5 clases en video.
Si te interesa, por favor completar y enviar ESTE FORMULARIO
Consultas:
Wh: 549 – 1133340602
Mail: jadasirkin@gmail.com
Algunas ideas sobre drama y antagonismo
Por nuestra programación ancestral de supervivencia, tendemos a reaccionar a lo nuevo como si representara una amenaza. Reaccionar dramáticamente a una situación significa intentar defendernos de lo que amenaza no nuestra vida sino la imagen que nos hicimos de esa vida. Pensemos al conflicto como la incapacidad de asumir el poder transformador de las experiencias. El conflicto como el intento de no cambiar.
Tanto en el cine como en la vida, es evidente que somos animales híper-reactivos. Tanto en las relaciones más íntimas como en las más públicas, recreamos constantemente la coreografía bélica. Nuestros sistemas nerviosos sostienen un alto nivel de tensión que nos dificulta el responder a la vida con madurez. El punto es que lo infantil de nuestros modos de relacionarnos no responde a una dificultad moral sino a un desafío sensible. Podemos tener ideas nobles en cuanto a la necesidad de dejar de pelear, pero nuestros cuerpos siguen asustados. Por eso es que el problema del antagonismo es un problema estético-somático.
Etimológicamente, la estética es lo opuesto a la anestesia. Si lo anestésico es lo que nos duerme, lo estético es lo que nos despierta. Necesitamos sensibilizarnos para hacer espacio, en nuestros cuerpos, a la posibilidad de sentir esos terrores que evitamos sentir peleando. Para no sentir terror, peleamos. La guerra es el intento de eliminar lo que nos asusta. Lo que nos asusta es lo otro —lo que tiene el poder de transformarnos. El pueblo de enfrente, el que piensa diferente. Para escuchar al otro necesitamos no solo ganas intelectuales sino, sobre todo, espacio sensible. Ese espacio sensible es la capacidad de nuestro sistema nervioso de no reaccionar —sobre todo, de no reaccionar a la reacción.
El gran problema no es que seamos reactivos, el gran problema es no asumirlo. Decir que reaccionar está mal es evitar el problema. Es natural que reaccionemos (que nos defendamos, que hagamos drama), porque nuestros sistemas nerviosos fueron entrenados, mediante la tecnología de la ficción, para grandes niveles de reactividad ante el estímulo amenazante. Pensémonos como una criatura muy frágil que, para sobrevivir, tuvo que creer que casi todo la amenazaba. La guerra, más que una reacción, es un intento de eliminar aquello que nos hace reaccionar. Por eso, toda guerra es una guerra contra nuestra naturaleza reactiva.
Más que interesarnos por la reacción, tendemos a querer eliminarla; pero asumir que somos híper-reactivos es importante. Es una gran curiosidad (un gran deseo) lo que se nos pide para vencer (más bien, calmar) la inercia reactiva y poder interesarnos por nuestra naturaleza híper-sensible —alérgica. A veces, por la razón que sea, nos hacemos algo de ese espacio de escucha; a veces, por la posibilidad estética que sea, las películas les permiten a sus personajes algo de ese despliegue.
Hay ciertas películas, ciertas escenas, ciertos momentos de la vida, en que asumir la crispación de nuestros sistemas nerviosos se vuelve un gesto posible. De ese gesto estético de reconocimiento dependen nuestras posibilidades de supervivencia y felicidad.